Cuando vi el anuncio en las redes, le dije a una amiga: Tenemos que ir. Obtuve el si de ella y sin pensar compré las entradas. LLegó el 10 de septiembre y allí estábamos expectantes. El apellido Malher ya prometía una buena función y nosotras amamos las buenas producciones.
El mensaje sencillo y claro como lo es siempre, con escenas muy bien articuladas en una dirección detallista, donde nunca faltaba la actuación en los cuadros secundarios y la participación de niños que generaron la cuota de ternura. La sorpresa de buscar al actor que se oía en su diálogo pero no estaba en escenario, hasta que una luz te ubicaba a la voz con su personaje en medio del público,y te encontrabas en la elección a la que te llama Poncio Pilato: Jesús o Barrabás, o siendo parte del peregrinaje de los seguidores de Jesús durante el vía crucis.
Hablando de vía crucis, muchos de los cuadros tenían una fuerte impronta renacentista y más parecido al imaginario católico que al desarrollo de los hechos bíblicos como La Piedad o el impoluto Jesús rubio de pelo lacio (excelente actor por cierto). Pero ninguno de estos detalles que no escapó a nuestro escrutinio artístico y teológico, obstaculizó el mensaje, que como Jesús dijera en algún momento: “El que tenga oídos, que oiga”.
En fin, salimos satisfechas sabiendo que las
decisiones de los espectadores luego de ese mensaje de esperanza, de fe y
unidad es lo que nuestro país necesita, no solamente cantar el himno nacional
como se hizo al comienzo y terminando con un ¡Viva la Patria! que daba más para
un ámbito político que artístico. Y como dijera Malher en sus palabras finales:
no importa de que religión seas, los principios y valores desarrollados en la
obra son para todos. Por eso me apego a las palabras del verdadero Protagonista:
“El que tenga oídos, que oiga”.