Por Marcela Sinturión

martes, 7 de marzo de 2017

Zombies literarios


Miles de pensamientos se agolpan en mi mente. Siento que en una mañana inspirada podría escribir una novela de corrido. Sin embargo, al abrir el cuaderno (si, sigo escribiendo en cuadernos) y descapuchar la lapicera, el trazo no sabe por dónde comenzar. Una inmovilidad preocupante y una hoja esperando ser escrita.

Zombies literarios
Un punto es todo lo que puedo esbozar. Miles de distracciones pasan alrededor: la perra rompiendo las plantas, el gato vigilando la perra, las cotorras que se posan en los cables eléctricos, el orden, la limpieza, las responsabilidades laborales. Trato de borrar de mi mente esas imágenes para que las palabras comiencen a fluir, busco una posición inspiradora al mejor estilo de Rodin. Leo buscando inspiración, desarrollo, clímax. Nada parece inmutar mi dormida creatividad. Riego las plantas, baldeo la terraza, temo que los niños se despierten porque ahí acabaría mi momento de quietud.



Recuerdo que alguien dijo que alejándose del texto a veces se consigue algo, pero la realidad es que todavía no hay ni una palabra. Abandono la hoja por unos minutos, vuelo a ella con intención de escribir y …. nada. No encuentro estímulo para hacerlo.
Siento mi cerebro entumecido, me duele la cabeza, el cuello, cada parte de mi cuerpo; no logro conectarme con ese artista interior del que habla Julia Cameron. Sin duda, algo le pasó a esa niña interna, debo encontrar la razón. Mis ojos me pesan pero recién me levanto. Sueño no puede ser ¿cansancio? tal vez.


De repente el pánico se apodera de mí. Me encuentro absolutamente vacía de textos, miles de personajes caminan por mi mente. Buscan sus rostros, sus identidades, parecen zombies literarios buscando una vida para contar pero sin hallan al escritor que les de aliento.
Busco ansiosa algún plot point que ponga el funcionamiento la trama, o algún conflicto, o un disparador, o un diálogo o quizá un clímax que amerite un planteamiento pero solo encuentro una hoja en blanco.

La desesperación corre por todo mi cuerpo. ¿Será que perdí la inspiración interior? ¿Será que nunca más podré relatar un cuento? ¿Será un complot entre esta hoja y mi mente? ¿Cómo será la vida sin poder escribir? No quiero ni imaginarlo. Está todo acabado.
cierro mis ojos un momento y al abrirlos, los trazos estaban ahí, en ese mismo papel expresando mis sentimientos. Ya no estaba en blanco. Sin darme cuenta, allí vivían, mis personajes, mi conflicto, mis puntos de giro. Los identifico, los ordeno, les doy forma.

El disparador fue la misma hoja que causó mi temor, ese blanco inmaculado y una lapiz inmóvil. El primer punto de giro fue  justamente el punto negro en la hoja, ese contacto entre los tres personajes (el papel, la lapicera y yo) que nos unió indefectiblemente. El resto fue el planteamiento, el desarrollo de ese conflicto interno de creer que no podría escribir. La hoja ya no está en blanco y si llegaste a estas últimas líneas, te darás cuenta que éste es el final feliz. Y así obtengo mi “colorín, colorado, este relato se ha terminado”.

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